domingo, 9 de diciembre de 2012

LA TAMBORA no es africana… ¡es aborigen!

España perdió un continente… ¡La Iglesia… ganó su alma!.. Ensartados entre ronqueras aristotélicas y equívocos de un Universo geocéntrico, el impacto inesperado de un “ser” y un “mundo” innominado desquició las confundidas bases filosóficas del viejo continente. El español que llega con el Descubrimiento desde aquel pretensioso “mundo” de aberraciones lamentables viene aturdido en esa viscosa maraña de prejuicios culturales y cerrazón religiosa, donde moraban solo “selectos” antediluvianos descendientes de Adán y Eva. La aparición súbita de un continente inconocido trastornó los equívocos epocales y desarmó sus arcaicos argumentos. ¿De cuál “Edén” surge aquel “bastardo” ser americano?

Hay más equilibrio espiritual en la formación tranquila del indio que en el desconcierto del español aventurero. De ahí el comportamiento socialmente inteligente y educado de Guacanagarix y la indiada, para quienes aquellos eran, sencillamente, seres humanos similares a ellos. El indio nunca tuvo dudas. La confusión española termina planteando el absurdo de que el indio fuese un animal, carente de alma. Es lo que induce a tomar con ligereza, memorias, expresiones, costumbres y rasgos culturales del primer contacto en nuestra Española. Hemos recibido una historia acomodada y prejuiciosa, que España ha pretendido impudorosamente imponer. Como la mentira vergonzosa de Sevilla y sus falsos “restos de Colón”, o el absurdo irrespetuoso de una virgen “aparecida” en mitad de una batalla para desfavorecer a los infelices indios. ¿Cuál justicia divina encarnaría?… Nacionalizando la maternidad bíblica, lastiman, sin rubores, la sensibilidad obligadamente honesta de la historia… y al respeto debido a la inteligencia del hombre… si es higiénica…. papel de lija. 

Es el independentismo victorioso de Enriquillo y sus 14 años de guerra, lo que alarma y pone un punto y aparte a la conquista, ante temores ciertos de conatos imitativos de sublevación en tierra firme. Enriquillo desconoce, irrespeta y humilla la banalidad y estrategia de las autoridades locales, desarmando al pragmático emperador Carlos V, forzándole a asumir, inevitablemente, la dimensión categórica del cacique; al igual que él, un genial y poderoso monarca, con quien hubo que tratar soluciones de igual a igual, so pena de continuar haciendo el ridículo. El envío directo del documento de paz desde España en manos de Barrionuevo, y su firma y acuerdo entre ambos “monarcas” cambia y redimensiona la valoración irrespetuosa del indio de La Española, obligando al conquistador a reformular a fondo sus conceptos retrasados con respecto al aborigen nuestro. Indudablemente, un fenómeno que obligó a España a redefinir los aspectos de relación básicos de la conquista, beneficiando al indio en tierra firme.

La tambora no es africana, viene ya insertada en la cultura aborigen. Su presencia histórica es remotamente anterior a la aparición de las negritudes en América. De haberlo sido, tendría que haber estado presente en la cultura instrumental haitiana o cubana, por citar, dada la desproporcionada incidencia africanoide en ambas. No hay tambora en el merengue haitiano y es casi desconocida en Cuba. Ambas sociedades ignoran su cultura funcional de toque orgánico; el cómo, técnicamente, recrear, repicar el instrumento; y más distante aun, su tradicional y emblemático ritual de construcción. Su rigor cuasi-religioso, místico, en la diferenciación respetuosa del encorado según el género (chiva hembra, que no haya parido, para garantizar la extensión y evitar destemplanza en un lado, y chivo macho del lado opuesto), resultante en dos sonidos viscerales de intensidad y colores diferentes. 

El hoyuelo en su cuerpo para que los sonidos “respiren” y trasciendan. El ajuste de los cueros bajo presión de un aro de bejuco grueso, que calibra los sonidos y aporta a su vez un enriquecedor y distinto repique, se establece, según el manual tradicional de afinación, estirando los cueros, utilizando cuerdas adecuadas de cabuya insertadas en los bordes rasgados, decorativamente abrazadas, entretejidas alrededor del cuerpo del instrumento, de modo que, particularmente, la tipifican y son parte de su rostro decorativo tradicional. El respeto costumbrista al arcaico sistema, cuyas raíces laten en nuestras tradiciones rituales taínas y criollas, es mantenido entre los artesanos de antigua tradición, evidentemente, muy distante de la metodología africanoide.

Los tambores en la cultura negra, generalmente encorados de un solo lado, sostenido por un aro metálico, no por cuerdas decorativas estiradas, son usualmente afinados con aplicación de fuego desde abajo, inducido dentro del espacio interior tubular del cuerpo del instrumento. Generalmente asentados sobre el piso, son percutidos con las manos, sin “palito”. Desconocemos que haya ritual alguno en su construcción, como perdura en nuestra tambora. 

Es la poderosa cultura taína la que penetró la cultura y ritualidad esclavista. El vuduismo, emblemática y estridente expresión de ritualidad negroide, es la más notoria entre estas incisivas influencias. El vudú, en sus pretensiones espiritistas y teatralidad, luce calcada en el ritual aborigen de la “cohoba”. Delata en sus “montajes” rituales, aun hoy, el uso del “tubano” de tabaco, la utilización de maracas y la ingestión de brebajes en sus “transportes” de teatral “elevación”. Estos clásicos símbolos culturales son banderas históricas de la raza. “Tabaco” y “maracas” constituyen objetos vibrantes de identidad y significación taína. “Tabaco” y “maracas” fueron aportes conocidos en “La Española” y asimilados por las negritudes, luego del contacto con la influencia ritualística de la “cohoba” aborigen.    

La historia afirma: “Sus instrumentos musicos, eran flautas hecha de caña, caracoles, bosinas, y unos higuerillos que desian  maracas, y pequeños tamborillos, que hasian de un calabaso largo entre dos pieles     de jutias, y otros sin pieles mayores de solo un madero hueco; cuya desigualdad de sonidos   consertavan con algun  jenero de  consonancia”. (“Hist. de la Conq. de la Isla Española, L. J. Peguero, t. I, Trasumptada de Hist. Gral. de Indias de Antonio de Herrera Coronista Mayor de su Majestad, y de las Indias, y de Castilla”. (p.115).

Tan categórica como trascendental afirmación salva del olvido y establece para la historia dominicana la presencia objetiva de un virginal antecedente básico en el arsenal instrumental aborigen en el origen de nuestra emblemática tambora, culturalmente inobviable. El dato determina e inserta el edénico instrumento, en sus orígenes, a la estructura básica del traspatio cultural taíno, traspasado luego a nuestras ancestrales herencias criollas.

Los flujos que alimentaron y sintetizaron sus raíces culturales se remontan a grupos remotamente antecedentes ubicados en Suramérica, que fueron diseminando su síntesis y gracia taína hacia las Antillas. El dato que confirma históricamente la ignorada referencia aparece inserto en “Décadas del Nuevo Mundo” de Pedro Martyr (T. II, p. 701). Refiriéndose a los grupos Chiribichenses del Darién, no solo alude al curioso fenotipo, antecedente lógico de nuestra “tambora”, sino, igualmente, confirma la presencia coincidente de nuestro aborigen Mayohuacán:

“También fabrican pequeños tambores  adornados con variadas pinturas, vaciando el contenido   de una calabaza o ahuecando incluso un trozo de madera  mayor que el brazo de un hombre”.

¿Qué cosa era denominada: “calabaso”? Pedro Martyr apunta en sus Décadas (T. I, p. 136, Lb. III), experiencias que pone en boca de Cristóbal Colón:

“Tienen todas esta islas una cierta clase de árbol, que alcanza la altura de los olmos, y que produce por fruto calabazas; beben el líquido que produce, pero no comen su pulpa, la cual es más amarga que la hiel; la corteza es tan dura como la de una tortuga”. 

Author: FERNANDO CASADO

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