España perdió un continente… ¡La Iglesia… ganó su alma!..
Ensartados entre ronqueras aristotélicas y equívocos de un Universo
geocéntrico, el impacto inesperado de un “ser” y un “mundo” innominado
desquició las confundidas bases filosóficas del viejo continente. El
español que llega con el Descubrimiento desde aquel pretensioso “mundo”
de aberraciones lamentables viene aturdido en esa viscosa maraña de
prejuicios culturales y cerrazón religiosa, donde moraban solo
“selectos” antediluvianos descendientes de Adán y Eva. La aparición
súbita de un continente inconocido trastornó los equívocos epocales y
desarmó sus arcaicos argumentos. ¿De cuál “Edén” surge aquel “bastardo”
ser americano?
Hay más equilibrio espiritual en la formación tranquila del indio que
en el desconcierto del español aventurero. De ahí el comportamiento
socialmente inteligente y educado de Guacanagarix y la indiada, para
quienes aquellos eran, sencillamente, seres humanos similares a ellos.
El indio nunca tuvo dudas. La confusión española termina planteando el
absurdo de que el indio fuese un animal, carente de alma. Es lo que
induce a tomar con ligereza, memorias, expresiones, costumbres y rasgos
culturales del primer contacto en nuestra Española. Hemos recibido una
historia acomodada y prejuiciosa, que España ha pretendido
impudorosamente imponer. Como la mentira vergonzosa de Sevilla y sus
falsos “restos de Colón”, o el absurdo irrespetuoso de una virgen
“aparecida” en mitad de una batalla para desfavorecer a los infelices
indios. ¿Cuál justicia divina encarnaría?… Nacionalizando la maternidad
bíblica, lastiman, sin rubores, la sensibilidad obligadamente honesta de
la historia… y al respeto debido a la inteligencia del hombre… si es
higiénica…. papel de lija.
Es el independentismo victorioso de Enriquillo y sus 14 años de
guerra, lo que alarma y pone un punto y aparte a la conquista, ante
temores ciertos de conatos imitativos de sublevación en tierra firme.
Enriquillo desconoce, irrespeta y humilla la banalidad y estrategia de
las autoridades locales, desarmando al pragmático emperador Carlos V,
forzándole a asumir, inevitablemente, la dimensión categórica del
cacique; al igual que él, un genial y poderoso monarca, con quien hubo
que tratar soluciones de igual a igual, so pena de continuar haciendo el
ridículo. El envío directo del documento de paz desde España en manos
de Barrionuevo, y su firma y acuerdo entre ambos “monarcas” cambia y
redimensiona la valoración irrespetuosa del indio de La Española,
obligando al conquistador a reformular a fondo sus conceptos retrasados
con respecto al aborigen nuestro. Indudablemente, un fenómeno que obligó
a España a redefinir los aspectos de relación básicos de la conquista,
beneficiando al indio en tierra firme.
La tambora no es africana, viene ya insertada en la cultura aborigen.
Su presencia histórica es remotamente anterior a la aparición de las
negritudes en América. De haberlo sido, tendría que haber estado
presente en la cultura instrumental haitiana o cubana, por citar, dada
la desproporcionada incidencia africanoide en ambas. No hay tambora en
el merengue haitiano y es casi desconocida en Cuba. Ambas sociedades
ignoran su cultura funcional de toque orgánico; el cómo, técnicamente,
recrear, repicar el instrumento; y más distante aun, su tradicional y
emblemático ritual de construcción. Su rigor cuasi-religioso, místico,
en la diferenciación respetuosa del encorado según el género (chiva
hembra, que no haya parido, para garantizar la extensión y evitar
destemplanza en un lado, y chivo macho del lado opuesto), resultante en
dos sonidos viscerales de intensidad y colores diferentes.
El hoyuelo en
su cuerpo para que los sonidos “respiren” y trasciendan. El ajuste de
los cueros bajo presión de un aro de bejuco grueso, que calibra los
sonidos y aporta a su vez un enriquecedor y distinto repique, se
establece, según el manual tradicional de afinación, estirando los
cueros, utilizando cuerdas adecuadas de cabuya insertadas en los bordes
rasgados, decorativamente abrazadas, entretejidas alrededor del cuerpo
del instrumento, de modo que, particularmente, la tipifican y son parte
de su rostro decorativo tradicional. El respeto costumbrista al arcaico
sistema, cuyas raíces laten en nuestras tradiciones rituales taínas y
criollas, es mantenido entre los artesanos de antigua tradición,
evidentemente, muy distante de la metodología africanoide.
Los tambores en la cultura negra, generalmente encorados de un solo
lado, sostenido por un aro metálico, no por cuerdas decorativas
estiradas, son usualmente afinados con aplicación de fuego desde abajo,
inducido dentro del espacio interior tubular del cuerpo del instrumento.
Generalmente asentados sobre el piso, son percutidos con las manos, sin
“palito”. Desconocemos que haya ritual alguno en su construcción, como
perdura en nuestra tambora.
Es la poderosa cultura taína la que penetró la cultura y ritualidad
esclavista. El vuduismo, emblemática y estridente expresión de
ritualidad negroide, es la más notoria entre estas incisivas
influencias. El vudú, en sus pretensiones espiritistas y teatralidad,
luce calcada en el ritual aborigen de la “cohoba”. Delata en sus
“montajes” rituales, aun hoy, el uso del “tubano” de tabaco, la
utilización de maracas y la ingestión de brebajes en sus “transportes”
de teatral “elevación”. Estos clásicos símbolos culturales son banderas
históricas de la raza. “Tabaco” y “maracas” constituyen objetos
vibrantes de identidad y significación taína. “Tabaco” y “maracas”
fueron aportes conocidos en “La Española” y asimilados por las
negritudes, luego del contacto con la influencia ritualística de la
“cohoba” aborigen.
La historia afirma: “Sus instrumentos musicos, eran flautas hecha de
caña, caracoles, bosinas, y unos higuerillos que desian maracas, y
pequeños tamborillos, que hasian de un calabaso largo entre dos
pieles de jutias, y otros sin pieles mayores de solo un madero
hueco; cuya desigualdad de sonidos consertavan con algun jenero de
consonancia”. (“Hist. de la Conq. de la Isla Española, L. J. Peguero, t.
I, Trasumptada de Hist. Gral. de Indias de Antonio de Herrera Coronista
Mayor de su Majestad, y de las Indias, y de Castilla”. (p.115).
Tan categórica como trascendental afirmación salva del olvido y
establece para la historia dominicana la presencia objetiva de un
virginal antecedente básico en el arsenal instrumental aborigen en el
origen de nuestra emblemática tambora, culturalmente inobviable. El dato
determina e inserta el edénico instrumento, en sus orígenes, a la
estructura básica del traspatio cultural taíno, traspasado luego a
nuestras ancestrales herencias criollas.
Los flujos que alimentaron y sintetizaron sus raíces culturales se
remontan a grupos remotamente antecedentes ubicados en Suramérica, que
fueron diseminando su síntesis y gracia taína hacia las Antillas. El
dato que confirma históricamente la ignorada referencia aparece inserto
en “Décadas del Nuevo Mundo” de Pedro Martyr (T. II, p. 701).
Refiriéndose a los grupos Chiribichenses del Darién, no solo alude al
curioso fenotipo, antecedente lógico de nuestra “tambora”, sino,
igualmente, confirma la presencia coincidente de nuestro aborigen
Mayohuacán:
“También fabrican pequeños tambores adornados con variadas pinturas,
vaciando el contenido de una calabaza o ahuecando incluso un trozo de
madera mayor que el brazo de un hombre”.
¿Qué cosa era denominada: “calabaso”? Pedro Martyr apunta en sus
Décadas (T. I, p. 136, Lb. III), experiencias que pone en boca de
Cristóbal Colón:
“Tienen todas esta islas una cierta clase de árbol, que alcanza la
altura de los olmos, y que produce por fruto calabazas; beben el líquido
que produce, pero no comen su pulpa, la cual es más amarga que la hiel;
la corteza es tan dura como la de una tortuga”.
Author: FERNANDO CASADO
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