Que los taínos y caribes eran buenos navegantes lo sabemos desde el primer viaje de Cristóbal Colón a las Antillas. En su cuaderno de bitácora, conocido como su Diario de a bordo, Colón dice que vió indios navegando en grandes canoas de hasta ochenta remeros.
En su carta a los reyes, fechada el 15 de febrero de 1493, y enviada por vía de un amigo suyo llamado Luis de Santangel, en la cual envía las primeras noticias del descubrimiento de nuevas tierras en el Océano Atlántico, Colón describe de esta manera a los navegantes aborígenes.
"Ellos tienen en todas las islas muy muchas canoas a manera de fustes de remo, d´ellas maioras, d´ellas menores, y algunas y muchas son mayores que huna fusta de diez e ocho bancos. No son tan anchas, porque son de hun solo madero, mas huna fusta no terná con ellas al remo, porque van que es cosa de creer; y con éstas navegan todas aquellas islas que son innumerables y tratan sus mercaderías. Algunas d´estas canoas he visto con 70 y 80 ombres en ella, y cada uno con su remo."
En sus demás escritos describiendo las incidencias y peripecias de sus siguientes viajes Colón menciona continuamente las canoas de los indios, tanto en el Mar Caribe como en las costas de Centroamérica, y lo mismo se lee en los escritos de otros viajeros durante años siguientes a la invasión europea.
Las canoas aborígenes jugaron un importante papel durante su carto viaje por Centroamérica, y facilitaron la escapada de un cerco mortal padecido entonces por Diego Méndez, el hombre de mayor confianza de Colón en aquellos momentos.
Conocemos muchos detalles de este viaje porque de él se conservan varios documentos muy informativos como son la Relación del Almirante, las Memorias de su hijo Hernando, quien tenía entonces 13 años y acompañaba a su padre, una Relación de Bartolomé Colon, hermano del Descubridor, y el Testamento de Diego Méndez. Las cosas que cuentan estos autores de lo ocurrido en aquel último viaje de Colón son verdaderamente espectaculares.
Una de ellas se refiere a la huida de Colón y sus acompañantes desde Centroamérica después de atacar y enfrentar con violencia a los habitantes de aquellas tierras, quienes a su vez contraatacaron, obligando a Colón a salir rumbo a España en dos naves comidas por la broma.
Al llegar a las costas meridionales de Cuba, Colón se dio cuenta de que no podía cruzar el Atlántico con aquelos barcos que hacían agua continuamente y obligaban a toda la tripulación a manetenerse achicando el agua que entraba por los podridos cascos.
Con gran esfuerzo logró Colón llevar sus dos naves de Cuba a Jamaica, y en una playa del norte de esa isla las embarrancó, aprovechando sus maderas y velámenes para imrpovisar una vivienda para él y los hombres que le acompañaban.
Diez días después de su llegada a Jamaica, Colón llamó aparte a Diego Méndez y le dijo: "Diego Méndez, hijo, ninguno de cuantos aquí yo tengo siente el gran peligro en que estamos, sino yo y vos,porque somos muy poquitos y estos indios salvajes son muchos y muy mudables y antojadizos y en la ora que se les antoxare de venir y quemarnos aquí donde estamos en estos dos navíos hecho casas pajizas, fácilmente pueden hechar fuego dende tierra y abrasarnos aquí a todos... Yo he pensado un remdio si a vos os pareze, que en esta canoa que comprastes, se abenturase alguno a pasar a la isla Española a comprar una nao en que pudiesen salir de tan gran peligro como este en que estamos, dezidme vuestro parezer".
Diego Méndez le respondió: "Señor, el peligro en que estamos bien lo veo que es muy mayor de lo que se puede pensar. El pasar d´esta isla a la isla Española, en tan poca vasija como es la canoa, no solamente lo tengo por dificultoso sino por imposible, porque aver de atravesar un golfo de cuarenta leguas de mar y entre islas donde la mar es más impetuosa y de menos reposo, no sé quién se ose abenturar a peligro tan notorio".
Este diálogo, que Diego Méndez reproduce en su Testamento, continuó por un rato en el cual ambos personajes discutieron las posibilidades y los peligros de la propuesta travesía, hasta que Méndez le dijo al Almirante que preguntara a los demás tripulantes y acompañantes si alguno se atrevía a hacer el viaje. Colón los reunió a todos y peguntó si alguien quería hacer de voluntario, pero como ninguno quiso aceptar aquella navegación que todos consideraban un suicidio, Méndez concluyó diciéndole:
"Señor, una vida tengo no más, yo la quiero abenturar por servicio de Vuestra Señoría y por el bien de todos los que aquí están..." y al otro día comenzó a preparar la canoa para hacerla más resistente al viaje. Entre las medidas que adoptó fue dotarla de una quilla postiza, embrearla y ensebarla para hacerla impermeable, y reforzar con unas tablas la proa y la popa para hacerlas más resistentes. Estas on palabras de Méndez en su testamento.
Por otra parte, el hijo de Colón, Hernando, dice que el Almirante también encomendó ir en otra canoa "a Bartolomé Fiesco, gentil hombre genovés, con otra tanta compañía (de indios), para que luego que Diego Méndez estuviese en la Española, siguiese su camino a Santo Domingo, que distaba de donde estábamos casi 250 leguas; que volviese Fiesco a traer noticia de que el otro había pasado en salvo, y no tuviésemos con dudas y temores de si le había sucedido alguna desgracia, lo cual debía temerse mucho, considerada, como hemos dicho, la poca resistencia de la canoa."
Así las cosas, en un día de calma, zarparon por primera vez ambos aventureros en sus canoas y sus remeros indios."Como los vientos eran poco seguros, y las canoas muy cargadas (pues les habían metido calabazas de agua, "algunas especies de que usa y cazabe, además del las rodelas y espadas y bastimentos que consumían los europeos), navegaban poco; no estando aún a cuatro leguas de tierra, se volvió en viento contrario, lo que les causó tan gran miedo que determinaron volverse a Jamaica."
"Como no estaban diestros en gobernar canoas, entró un poco de agua sobre la borda y tomaron remedio aligerarlas, arrojando al mar cuanto llevaban, sin dejar más que las armas, y comida bastante para volver; arreciando el viento y paresciéndoles correr algún riesgo, para aligerlas más, determinaron echar los indios en el mar, como lo ejecutaron con algunos... así mataron diez y ocho, no dejando vivos sino algunos que gobernasen las canoas porque ellos no sabían hacerlo."
Pasado este cruel y penoso incidente y, luego de recuperar sus fuerzas, Méndez y Fiesco decidieron zarpar por segunda vez. Corría entonces el mes de julio de 1503. La historia de este nuevo viaje es igualmente sorprendente por los trabajos que pasaron estos expedicionarios. El primer día el mar estuvo en calma, pero el calor era muy fuerte y los indios se lanzaban con frecuencia al mar para resfrescarse: "luego volvían frescos al remo".
"Navegando de ese modo, a ras de agua, al ponerse el sol perdieron de vista la tierra; de noche se renovaba la mitad de los indios y de los cristianos, para bogar y hacer guarda, no fuese que los indios cometiesen alguna traición; navegaron toda aquella noche sin parar, de modo que a la venida del día estaban todos muy cansados". Para entonces, dice Hernando Colón, no veían más que agua y cielo.
A mitad del segundo día se les terminó casi toda el agua potable. "El trabajo y la calma del mar eran insoportables; cuanto más se levantaba el sol, en el día segundo de su partida, tanto más crecía el calor y la sed de todos". Además de las presiones y urgencias de Méndez y Fiesco, a los indios sólo los mantenía remando la esperanza de llegar a Navaza, un islote que queda entre Jamaica y la Española, y que los indios conocían.
"Pero lo cierto es que les engañaba la fatiga y flojedad que tenían porque bogando muy bien una barca o canoa, no puede hacer en un día y una noche más viaje que diez leguas, y porque las aguas desde Jamaica a la Española son contrarias a este viaje, que siempre parece más largo al que pasa mayores trabajos de manera que, venida, la tarde, y habiendo echado al mar uno que había muerto de sed, estando otros tendidos en el suelo de la canoa se hallaron tan atribulados de espítritu, tan débiles y sin fuerzas, que apenas adelantaban. Así, poco a poco, tomando alguna vez agua de mar para refrescar la boca... siguieron como podían, hasta que llegó la segunda noche, sin que hubiesen visto tierra".
Al caer la noche, "como Dios (los) quería salvar", Diego Méndez miró la luna llena que comenzaba a levantar por el horizonte y sorpresivamente descubrió la silueta del islote eclipsando la circunferencia de la luna. "Confortánolos Méndez con esta alegría, y mostrándoles la tierra, les dio mucho ánimo y habiéndoles repartido, para mitigar la sed, un poco de agua del barril, bogaron de modo que a la mañana siguiente se hallaron sobre la isla... y era llamada Navaza".
"Hallaron que ésta era toda de piedra viva, de media legua de circuito. Desembarcados donde mejor pudieron, dieron muchas gracias a Dios por tal socorro, y porque no había en ella agua dulce viva ni árbol alguno, sino peñascos anduvieron de peña en peña, recogiendo con calabazas el agua llovediza que hallaban, de la que Dios le dio tanta abundancia que fue bastante para llenar los vientes y los vasos; aunque los más prudentes advirtieron a los otros que bebiesen con moderación, llevados por la sed, bebieron sin tino algunos indios, y se murieron allí; otros, enfermaron de grave dolencia".
Descansaron allí todo aquel día comiendo lo que encontraban en la orilla del mar, y al atardecer zarparon de nuevo siguiendo las órdenes de Diego Méndez que no quería esperar que surgiera un mal tiempo. Como Navaza está muy cerca de la Española, tras una noche de navegación, al otro día divisaron el entonces llamado Cabo de San Miguel, hoy Punta Tiburón, en el extremo occidental de la Española.
Allí descansaron dos días, al cabo de los cuales, dice Hernando Colón que "Bartolomé Fiesco, que era caballero, aguijado por su honor, quiso volver (a Jamaica) con la canoa, como se lo había ordenado el Almirante; pero como los marineros y los indios estaban muy fatigados, e indispuestos por el trabajo y por el agua de mar que habían bebido... ninguno hubo que quisiera volver".
La historia de cómo y cuando llegó Diego Méndez a Santo Domingo, y dónde se entrevistó con Nicolás de Ovando para requerirle que auxiliara a Colón que permanecía varado en Jamaica, queda pendiente de ser contada, así como los trabajos que pasarón Colón, su hijo y su hermano en Jamaica durante los diez meses adicionales que tuvieron que permanecer allí esperando que un navío fuera a socorrerlos desde Santo Domingo.
Sobre esos eventos hablaremos en el próximo artículo.
Autor: FRANK MOYA PONS
Fuente: http://www.diariolibre.com
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